Cuando Lennon se fue con Yoko, Cynthia se quedó sola, con un niño en brazos y un montón de recuerdos que le quemaban más que la pobreza. Desesperada, decidió cometer una blasfemia: vender las cartas y los dibujos de John como si fueran simples recuerdos. Entonces intervino Paul McCartney. Los compró en silencio y, unos días después, los devolvió enmarcados, con una nota: «Nunca vendas tus recuerdos. Con amor, Paul». No fue solo un gesto, fue un recordatorio rebelde de que los recuerdos son más valiosos que la fama y que la verdadera lealtad es más fuerte que cualquier canción de los Beatles.
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